El sábado pasado fui de excursión a La Granja. Dispuesta a entusiasmarme con todo. Y comenzó muy bien, con un baño en la presa de Valsaín, en un agua helada que me hizo sentir liviana, a mi alrededor revoloteaban unas maravillosas libélulas azules y nadaba una familia de patos. De dibujos animados. Me acordaba de Felipe II y su bien amada Isabel de Valois, que pasaban temporadas en esos parajes; en mi último libro narro como disfrutaban de jornadas de caza, paseos a caballo y por las noches de mascaradas con bailes. Sólo disfrutaron siete años de felicidad, y aunque hubo adversidades, siempre las hay, creo que supieron atrapar la magia que pasó por su lado.
Porque todo cambia en cuestión de minutos.
Después de comer, la luminosidad de la mañana de verano se tornó en un invierno sombrío, llenando de tristeza el día. Me llamó una querida amiga para comunicarme la triste noticia de la repentina muerte de un encantador amigo. Era joven, 49 años y padre de tres adolescentes. Recordé como nos habíamos conocido veinte años atrás, como fuimos fraguando una entrañable amistad de divertidos planes y confidencias. Sentí que todo había pasado en unos segundos, en unos pocos fotogramas. Tomé consciencia de la fragilidad que tenemos y de la velocidad del paso del tiempo. Ese que se nos escurre. Inexorablemente.
¿Y qué consuelo queda tras algo devastador? Dejando aparte las creencias personales de cada uno, que ayudan mucho, queda lo que has dejado. Lo que has amado a tus seres queridos, como has hecho tus tareas cotidianas, sean importantes o no, lo que has ayudado en la medida de tus posibilidades, como te has tomado las cosas, que has hecho para mejorar. En el caso de mi amigo me queda el recuerdo de su carácter pacífico y conciliador, de lo padrazo que fue, poniendo a sus hijos como prioridad siempre. Admiré lo excelente marido que fue. Como se esforzaba por hacer bien su trabajo, la pasión que sentía por la música y como su creatividad la exprimía componiendo canciones. Como se ocupaba de sus amigos, de una manera sobresaliente, siempre con afecto y buen humor. Ese ha sido su luminoso legado.
Y esa es la reflexión que saco ¿qué legado queremos dejar? No importa el tiempo que tengamos, ese es un misterio que no comprendemos ahora. Importa la huella que dejamos, importa apasionarse por la vida e intentar hacerlo bien. Aquí y ahora.
Este texto corresponde a la letra del himno de la Enfermería escrita por mi amigo. Gracias, Iñigo, siempre estuviste ahí. Y estarás.
UN LEGADO LUMINOSO
La vulnerabilidad nos muestra la finitud de la existencia, la inmediatez con la que nos vamos y solo dejaremos lo que hicimos por que fuimos
Siento tu pérdida. Así es Sonia. Así lo creo yo también. Un abrazo grande.